Difícil
labor la que me propuse, plasmar en solo un capítulo parte de nuestra
etapa juvenil, de los Amigos del Morín, en los años 60 y 70, en el
barrio que dio nombre a nuestra “Cofradía”, en la ciudad de Monforte de
Lemos, dentro de nuestra comunidad gallega.
Tantos y
tantos recuerdos…. Teniendo en cuenta que lo mío, nunca fue la síntesis,
entonces el tema me supera. Esto no es una amenaza encubierta para un
“continuará”.
Aprovechando
el nombre del restaurante, Los Goya, en el cual celebraremos nuestra
“Xuntanza” de este año –como anuncio en el post anterior de este blog-
y siendo un entusiasta del cine, me auxiliaré de sus imágenes para
decir con unas pocas, lo que me ocuparía decenas de folios explicarlo
con palabras.
Una de
mis películas favoritas es Amacord -Mis recuerdos, o me acuerdo, de
Fellini, del año 1973- y esto no lo digo, por coincidir esta reflexión
con una edad, la mía, en la cual “las batallitas” de la edad pretérita,
tienen todas las de ganar respecto a las de la edad presente –y es muy
aventurado especular sobre el futuro-. Pero esta película me viene como
anillo al dedo.
Hoy, mis
recuerdos de esa etapa, coinciden de pleno con ese sublime guión, tanto
es así, que si no fuera, por la disparidad en el espacio y en el tiempo,
entre su Remini, ciudad italiana, natal de ese maestro del cine, -en la
que basa los recuerdos de su infancia, y primeros años de juventud-
durante el fascismo de Mussolini. Y la mía, una ciudad gallega de Lugo,
bajo la dictadura de Franco; las coincidencias, como digo, son tales que
muchos capítulos de esa película, parecerían plagio de algunos, que me
tocó –nos tocó- vivir a finales de la década de los 50 y la de los 60,
en mi barrio del Morín.
Los
personajes casan al cien por cien, no es cuestión de enumerarlos, solo
decir que hasta hay una estanquera, que si bien la de mi infancia estaba
ya no en edad de merecer, dicen que en su etapa moza, sus inmensas
pechugas –rememorando a las de la expendedora de tabaco, en el famoso
pasaje de máxima carga erótica de la película- eran capaces de albergar
una cabeza mas amplia que la del niño protagonista de la
película. Apuntaré
otro dato, la estanquera de mi historia, enseñó e invitaba asiduamente a
los jóvenes del barrio, a jugar a la brisca -juego de naipes muy
popular en Galicia- y lo hacían en torno a una mesa camilla, con una
particularidad, las “señas” no se daban de la manera convencional que
marca el juego, sino que se hacían con manos y pies por debajo de sus
faldas y faldones, los de ella y de la mesa.
No podía
faltar el personaje de la joven “Volpina”, otro muy singular de Amacord,
la cual en su deambular, a los atardeceres, por el malecón de Remini, y
para sofocar sus “calenturas”, siempre estaba presta a “cabalgar” sobre
la moto del “salido” de turno, y sobre él en la arena de la playa. En
mi pueblo no hay mar, y en mi barrio, la pájara en cuestión
“revoloteaba” a la puesta de sol por la chopera del Vivero, y mitigaba
su fulgor y el del prójimo, sobre la hierva, a orillas de un cantarín
riachuelo, el Murín, que es el que dió nombre a nuestro barrio. Como
veis, bucólicamente coincidente.
¿Y el
personaje de Teo?, en la película, el loco -o simplemente reprimido-,
que se sube a un árbol, implorando voz en grito que quería “una donna”,
de lo cual lo disuade una monja, más fea que una mentira, prototipo de
los más sinceros votos de virginidad; que cuando, el pobre Teo, ve
trepar al árbol semejante adefesio, cesa automáticamente de su
reivindicación y baja raudo y veloz del nogal, En el Morín, la represión
fascista de la posguerra también hizo estragos, y más de un paisano las
pasó tan “estrechas” que pienso y afirmo, que hacía falta pasar mucha
“necesidad” para ser capaz, de montar un guirigay, en la riberas del
Cabe, con alguna meretriz que precisamente no era tampoco un “bellezón”,
Como siempre diré para justificar esos casos, se juntaban el hambre con
las ganas de comer…
En
una parte de la película, hay unas imágenes de la pandilla de amigos del
protagonista, metidos en un coche dentro un garaje abandonado y dándole
a la “manivela”, no precisamente del auto.
En un momento dado, uno, deja volar la imaginación y rememora en sus
sueños, a una chica en concreto, e incluso dice su nombre; entonces un
compañero lo recrimina diciendo, algo así como “a esa ni mentarla que es
mí hermana”. Pues hasta en eso, como casi siempre pasa, la realidad
supera el guión, y habría que rememorar pasajes de la novela de Vargas
Llosa, “La ciudad y los perros”, para ambientar ciertos pasajes, del
“aprendizaje” de algún personaje de mi barrio.
Para el
final dejo un pasaje, de Amacord, que para mí particularmente, me traen
recuerdos tristes. Este es, cuando en el colegio, unos randas,
valiéndose de un mapa enrollado, empleado como sistema de canalización,
orinan a los pies del alumno más gili… de la clase, cuando la profesora
le tomaba la lección en el encerado. Ahí siempre veo a mi amigo, ya
fallecido “El Pataca”, que precisamente no era del Morín, se crió en el
Cardenal, pero que de muy buena gana lo tendría sentado a mi lado, en
estas cenas de confraternidad. Era El Randa por antonomasia, pero con un
corazón y simpatía que hacían Grande a mi amigo; que a su vez fue
también compañero de muchos Amigos del Morín. Sus “fechorías” llenas de
picardía e ingenio, hacen pequeñas las clásicas de robar fruta a
nuestros convecinos, o las del clásico “roba canicas y peones” del
vecindario, que también los hubo.
Se que me
dejo muchas anécdotas, pasajes o vivencias, en el tintero, pero lo hago
con toda la intención; esas batallitas, como digo, las reservo para dar
la paliza a mis compañeros de mesa, en nuestras cenas anuales de
confraternización.