Hasta entonces, la presencia española en el
Continente del Dragón, había sido poco más que anecdótica,
limitándose a la conocida colonia de las Islas Filipinas. Pero algo
estaba a punto de cambiar.
Emblema de la Misión Sanitaria
Española
El 10 de julio de 1857, en el
Reino de Annam (actual zona central de Vietnam), varios católicos y
misioneros españoles y franceses allí asentados, fueron asesinados.
Como respuesta, el primero de diciembre de ese mismo año, el
Ministro de Asuntos Exteriores del II Imperio Francés, siguiendo
órdenes del propio Luís Napoleón III, comunicaba a su homólogo
español la decisión de Francia de enviar a su escuadra a la zona del
Reino de Annam, con objeto, oficialmente, de presionar a las
autoridades locales para que protegiesen a los ciudadanos franceses
de nuevos actos violentos. Al mismo tiempo, Francia solicitaba de la
España Isabelina el envío a la zona de la Flota destinada en las
Islas Filipinas para apoyar a los franceses en su acción. El
Gobierno de España, accederá a tales pretensiones el 23 de diciembre
de 1857. Obviamente, Francia perseguía un oscuro interés: competir
con el Imperio Británico en Asia, creando el suyo propio.
En agosto 1858 se iniciaron las acciones de
combate, que finalizarían 4 años después, el 23 de marzo de 1862,
con la toma de la zona meridional del país asiático, conocida como
Cochinchina. El resultado, sería el establecimiento del Imperio
Francés de Indochina, al tiempo que España recibía poco más que una
indemnización económica y algún que otro derecho comercial.
Poco después de finalizada la II Guerra
Mundial, el movimiento nacionalista de ideología comunista liderado
por Ho Chi Minh, conseguiría la suficiente fuerza como para
emprender la que se conocería como I Guerra de Indochina, que
abarcaría desde 1945 hasta 1954 y terminaría con la gran derrota de
los franceses en la Batalla de Dien Bien Phu. Tan sólo un año más
tarde, en 1955, estallaba la guerra entra Vietnam del Norte
(comunista) y Vietnam del Sur (capitalista), con la participación
norteamericana después del Incidente del Golfo de Tonkín y mantenida
en el tiempo hasta 1973, fecha de la “Vietnamización” de la guerra;
el conflicto finalizaría 2 años después, con la desaparición de
Vietnam del Sur y la creación de un estado nuevo, único y de tipo
comunista.
Esta historia es, hasta el momento,
sobradamente conocida por todos. Pero hay una gran injusticia que se
ha cometido con un pequeño puñado de ciudadanos españoles, todos
ellos médicos y sanitarios del Ejército de Tierra de nuestro país.
Este puñado de profesionales, permanecería desplegado en la ciudad
de Go Cong, en pleno delta del Mekong, entre septiembre de 1966 y
1971, en la que sería la primera misión humanitaria de nuestras
Fuerzas Armadas.
¿Que España participó en la Guerra de Vietnam?
Si, eso es lo que digo. La razón de la presencia de los sanitarios
españoles en Go Cong, hay que buscarla en los intereses de los
Estados Unidos de América por crear una coalición internacional que,
tal como varias décadas después ocurriría con la Guerra de Irak,
aportase a la intervención militar en un país soberano ciertos
tintes de legalidad. Si bien lo que pretendía la administración
norteamericana era, una participación más activa de España en la
guerra, con el envío de tropas a la zona, parece que las encuestas
de opinión de los españoles de a pie, manifiestamente contrarios a
la Guerra en Vietnam, acabarían, junto con la convicción del propio
Franco de que EEUU perdería la guerra, por reducir nuestra
participación en la misma a una misión de carácter civil y propósito
sanitario, aunque ejecutada por militares.
Entrada
al Hospital de la Misión Española
Así, en septiembre de 1966, reclutados de las
más variopintas formas (algunos movidos quizás, por el espíritu de
aventura, otros, destinados en el Sahara Español se vieron de la
noche a la mañana en medio de la selva), llegaba a la capital de
Vietnam del Sur la que quedaría bautizada como “Misión Sanitaria
Española de Ayuda al Vietnam del Sur”. Eran doce hombres, doce
médicos y sanitarios del Ejército Español que, de la forma más
secreta, habían volado hasta Saigón en aviones de la flota civil
norteamericana, la Panam, con escalas en Beirut, Karachi y Bancok.
Vestidos de civil, con pasaporte civil, y los billetes de avión
pagados por el Gobierno Norteamericano, los españoles llegaban a la
capital de Vietnam del Sur, donde los recibiría un suboficial del
ejército norteamericano, de origen hispano que les preguntó de
sopetón: “¿Cuántos sois?” Los españoles, responderían que eran 12, a
lo que, sin a penas inmutarse, el americano replicó “Volveréis 5 o
6”. Así estaban las cosas.
Dado que el Gobierno Español había insistido en
limitar el carácter militar de la misión, pronto surgirían los
problemas; trasladados al “hospital” de Go Cong (en realidad un
dispensario con 150 camas), los españoles se enfrentaban a la
asistencia sanitaria diaria de unas 60.000 personas en condiciones
sanitarias nefastas, casi en primera línea, sin armas, ni uniformes.
Su residencia, quedaría fijada en un edificio colonial francés,
donde además servirían tres asistentas vietnamitas, a las que los
españoles instruyeron rápidamente en la cocina española. Durante un
par de semanas la situación se mantuvo así, hasta que llegó el
acuerdo y con el, las necesarias armas para defenderse, los
uniformes (norteamericanos, por supuesto) que los españoles poco a
poco “nacionalizarían” al incluirles las enseñas nacionales.
Empezaba la “aventura” de los que serían llamados “los doce de la
fama”.
Metidos ya en faena, los españoles,
descubrirían rápidamente la crueldad de la guerra. Ellos si que
llegarían a saber a qué huele el NAPALM por la mañana. En aquella
época, los Tenientes Médicos ingresaban ya por oposición el los
servicios de sanidad de los tres ejércitos (Tierra, Aire y Armada),
pero en su mayoría eran únicamente eso: licenciados en medicina sin
especialidad alguna. Y en zona de guerra, debieron ponerse manos a
la obra, echándole, si se me permite la expresión, “un par”. Así, se
procedía a atender médica y quirúrgicamente a todo herido que
llegaba a las deficitarias instalaciones, donde las camas eran
mayoritariamente ocupadas por dos o hasta tres pacientes, con
independencia de su condición; civiles, militares aliados (las menos
veces) o combatientes del Vietcong. Éstos resultaron ser
significativamente una de las poblaciones que más atenderían los
sanitarios españoles, lo que generó no pocas batallas verbales con
las autoridades militares norteamericanas, que considerándolos el
enemigo, los engrilletaba a las camas bajo las airadas protestas de
los españoles que, siendo militares, no perdieron ni por un momento
su condición de médicos y sanitarios, y sobre todo, de humanos. Y es
que la población de Go Cong, como se les había informado previamente
a los españoles, era una zona “muy tranquila”; y ya lo creo que lo
era, pues era la zona de “vacaciones” de los Vietcong.
Inauguración del “Puente del
España”, en honor a los sanitarios españoles.
Durante la Misión Sanitaria, los españoles
trabajaban en largos turnos que empezaban a primera hora de la
mañana, con el “hospital” ya rodeado de las colas de enfermos que
esperaban a ser tratados y finalizaban por la tarde, a veces,
pasadas las 6. Como ya he citado con anterioridad, los españoles,
médicos generalistas se lanzaron a atender todo lo que les llegase,
y se repartirían la población de pacientes; uno de los oficiales,
médicos, el ya fallecido José Linares Fernández, se puso manos a la
obra con la patología quirúrgica, en la que se empleaba anestesia
local para brazos y piernas, general para cavidades, como recuerda
uno de los supervivientes de los “doce de la fama”, el Capitán de
Sanidad Ramón Gutiérrez de Terán, quien recuerda su trabajo con los
médicos de la Asociación Médica Americana y el terrible efecto del
NAPALM, que se cebaba especialmente en los críos y sus pequeñas
espaldas. Otros sanitarios menos afortunados, como el General Médico
Antonio Velázquez, entonces el teniente de menor antigüedad en el
cuerpo, y al que no le quedó otra que hacerse cargo del área de
pediatría. Los pequeños llegaban con diarreas intensas que incluso
llegaban a ser verdaderos brotes de cólera, difteria y otras
patologías que se llevaban por delante y pese al esfuerzo de
Velázquez, a muchos de los críos.
Llamaba la atención de Velázquez que muchos de
los críos que le llegaban, lo hacían con tripa hinchada y unas
curiosas costras negras en los lados de la boca. Él nunca había
visto tal cosa, y tras preguntar a las enfermeras, pues los pequeños
se morían como moscas, descubrió el por qué: “medicin chinoise” le
respondieron. Medicina tradicional china; antes de recurrir a los
españoles, la población recurría a los curanderos que aplicaban un
remedio correcto para la diarrea del adulto, pero letal para los
críos: bolas de opio, que provocaban una parálisis intestinal en los
niños.
Sanitarios españoles en la misión
En lo
que al encaje de los sanitarios españoles con la población civil se
refiere, éste fue considerablemente bueno, incluso con los, en
teoría enemigos del Vietcong. Así, los supervivientes de la misión
recuerdan que la localidad de Go Cong era una zona humilde, en la
que, sin embargo, sus ciudadanos se las apañaron para hacer un
pequeño homenaje a los que llamaban “tai-ba-nha”,
literalmente “los españoles”. El homenaje, efectuado en 1972,
consistió en un precario puente de madera que sorteaba uno de los
muchos cauces de agua que discurrían por la zona, y al que se
denominó “can tai-ba-nha”, literalmente “Puente del España”.
Pero los sanitarios de la misión española en
Vietnam, con una duración de 5 años, también sufrieron ataques del
Vietcong, tanto en el hospital como en la propia residencia. En una
ocasión, como recuerda el General Médico Velázquez, se encontró
durante un pequeño paseo con un trabajador nativo del hospital,
quien tras preguntarle qué hacía por allí, le dijo “no, no, usted
casa; esta noche bum bum”. En efecto, esa noche, Go Cong fue atacada
por morteros del Vietcong. En este incidente se ve, de forma
simultánea, el respeto de la población de la ciudad por los
españoles, a la vez que su conocimiento y participación en ciertas
operaciones de combate.
Similar sería otro incidente en el que
resultaría herido por la metralla de una granada de mortero un
sanitario español, al tiempo que 8 civiles vietnamitas morían.
Ocurrió durante la Ofensiva del Tet, en que se atacó la residencia
de los españoles con morteros, fusiles y ametralladoras. Días más
tarde, milicianos del Vietcong detenían un convoy en el que viajaban
sanitarios españoles, para ofrecerles sus disculpas por el
incidente, puesto que, como consta en los documentos de la misión,
“la guerra no iba contra ellos”.
Con el paso del tiempo, la misión española
sufriría un vergonzoso abandono por parte de las autoridades
españolas, faltando medios y medicamentos, en incluso víveres.
Conocedor de esta misión casi desde sus inicios, el entonces
reportero de guerra Luís María Ansón, quien ya había publicado un
artículo en el periódico “La Vanguardia” en el que pretendía dar a
conocer la existencia de la Misión Sanitaria Española al público, e
indignado por el abandono por parte del Gobierno de esos hombres,
escribiría un nuevo artículo en 1967 en el que denunciaba
públicamente la pésima situación de los sanitarios españoles. Mano
de Santo. Pronto y, hasta el fin de la Misión, se reestablecieron
los suministros y el apoyo de las autoridades españolas.
¿Y después qué? La vuelta a casa. Ansiada por
unos, retrasada por otros que llegarían a permanecer hasta tres años
en la Misión, y, en lugar de un mínimo reconocimiento por parte de
las autoridades y la población, el ostracismo, el olvido, la
negación. La misión había sido tan secreta que, incluso los
artículos de Ansón no habían sido demasiado publicitados por los
medios. Como recuerda el General Velázquez, en ocasiones los propios
compañeros de armas eran quienes daban de lado, como si de un
mentiroso se tratara, al que contaba entre colegas, su estancia en
el Vietnam. Algo que, sin duda, debió provocar un hondo dolor y
malestar en el centenar de hombres (la mujer aún no se había
incorporado al Ejército) que conformarían los sucesivos relevos de
la misión.
Y es que, como reconoce el General Velázquez,
“los militares son un poco tontos”, y no buscan la fortuna, la
retribución económica de sus servicios, sino únicamente, el
reconocimiento de las labores realizadas.
Espero, humildemente, que estas pocas líneas,
sirvan de merecido homenaje a ese centenar de hombres que, como dice
la canción, “salvaron un montón de vidas por la misma paga”.